sábado, 10 de noviembre de 2012

Los jrisiafyítes (I)



Los sábados hay un mercadillo cerca de Agios Panteleimonas, en la calle Mijaíl Voda. Y, como en todos los mercadillos, hay ocasiones en las que de pronto se percibe un enrarecimiento del ambiente. La gente se arremolina, inquieta, en un punto: suele haber ocurrido que a alguien le han robado la cartera. Y, en ese momento, varios individuos se abren paso muy cortésmente, con una agitación, un poco infantil, que demuestra el importante papel que se otorgan a sí mismos en este asunto. Caminan por entre los puestos hablando entre sí acaloradamente, y de forma súbita se detienen en una esquina venteando el aire como perros excitados por la emoción de la caza inminente. Jóvenes, ropa oscura, chalecos de plumas, pelo rapado o en cenicero, cascos de moto y caras de pocas luces… Los transeúntes no les prestan demasiada atención a los jrisiafyítes, que ya están buscando al inmigrante sospechoso de robarle la cartera a una ancianita griega; sin embargo, tampoco desentonan, ni resultan ridículos: están en su ecosistema. No es por casualidad: la sede principal de Jrisi Afyí (Aurora Dorada) queda cerca del barrio de inmigrantes de Agios Panteleimonas. En esta zona de la Atenas central aún ondean en muchos balcones las banderolas griegas que se colocaron con motivo de la fiesta nacional del 28 de octubre, señalizando de manera algo ominosa los hogares que con toda seguridad son griegos.

 Un hombre vende frutos secos en las inmediaciones de Syntagma durante la última Huelga General.

Es toda una revelación contemplar a los jrisiafyítes en un medio del que proceden, en el que parecen formar parte del orden natural de las cosas. El porcentaje de votos obtenido por Aurora Dorada en los últimos comicios causó bastante revuelo en los medios de comunicación internacionales. La explicación del fenómeno que llegó al público, a través de la interpretación de los analistas, recurrió a los lugares comunes del populismo y el auge de los extremismos en épocas de crisis económica. Aun así, el rápido crecimiento del partido era desconcertante. Al margen de la cuestión de la financiación y de las donaciones (que es tema aparte, pero de análisis obligado en otra ocasión), ¿cómo podían los votantes, por muy cavernícolas que fueran, decantarse por un partido de parafernalia anacrónica y con un líder que, en el mejor de los casos, mueve más bien a la compasión? Ni la derecha ni la izquierda, en sus sectores más amplios, podían explicarse el surgimiento, en pleno siglo XXI, de tan burdo remedo de los movimientos fascistas: eran los despachos de la tecnocracia liberal los que estaban llamados a ser el escenario en que se representara la política del futuro. Este fantasma de tiempos pretéritos entraba ahora en el Parlamento con nada menos que 18 diputados de la más baja estofa, que pronto se aplicaron de manera concienzuda a escandalizar a la sociedad en platós de televisión. “¿Pero cómo es posible algo así?”, los partidos hegemónicos europeos se llevaban –más o menos farisaicamente- las manos a la cabeza.

Quiénes hay detrás de Mijaloliakos –el exmilitar líder del partido- , o quiénes instrumentalizan o se benefician de la actividad y la imagen de Aurora Dorada, eso es difícil de determinar. Pero lo que piensan los individuos que le dan al partido su voto… eso resulta algo más comprensible después de contemplar a los militantes jrisiafyítes en su ecosistema natural. El quid de la cuestión, y lo que suelen omitir los medios de comunicación y los partidos políticos hegemónicos, está precisamente en que Aurora Dorada no es un partido político. Tiene un brazo político, que pretende emplear la vía parlamentaria para lograr sus objetivos. Pero este aspecto, me atrevería a decir, es secundario, o al menos no está en primer plano para los seguidores de la Aurora: lo importante es la acción social de la organización, su afán por formar parte de la comunidad. Ahí reside la clave de su éxito, están deseosos de hacer cosas, se les ve en la calle, son gente “normal” que decide pasar a la acción para cambiar las cosas. Sí, son un poco fantasmas, pero son los únicos que se emplean en defender al más ninguneado –el ciudadano griego-, y sí que se ponen serios a la hora de pararles los pies a todos esos criminales albaneses y búlgaros. Son idealistas que, de nuevo, valoran las cosas importantes, como el HONOR, o la SANGRE (griega).

 Y cuando llevan todo esto a la práctica –ya sea apaleando a inmigrantes sin techo, ya sea buscando al ladrón de una cartera en el mercadillo-, forman parte de una realidad tangible que se integra plenamente en el contexto social de la Grecia actual. Muchos griegos están cada vez más preocupados, no por los jrisiafyítes en sí, sino por la aquiescencia tácita de una parte de la sociedad. El problema real es “la masa que está dispuesta a jalear desde las gradas del circo, para olvidarse de sus responsabilidades y de su incompetencia para gestionar sus vidas políticamente”, en palabras del periodista Costas Vaxevanis (el de la Lista Lagarde). 

Sin duda no son más que una de las cabezas de la Hidra, pero, eso sí, llamativa e incómoda, de difícil interpretación. A pesar de tratarse de un fenómeno en parte paraestatal, Aurora Dorada no tiene inconveniente en coexistir o colaborar con las estructuras del Estado allá donde convenga, reflejando la flexibilidad posmoderna de nuestras estructuras políticas y sociales. En el imaginario social de los países que conforman el núcleo duro de Europa, dichas estructuras están y seguirán estando firmemente ancladas en el estado del bienestar socialdemócrata o democristiano. Sin embargo, a la luz de la deriva incierta en la que se encuentran países como Grecia, es una completa incógnita qué desarrollo tomarán a lo largo de los próximos años fenómenos como el de Aurora Dorada. Al igual que los drogadictos que por las noches se buscan la vena debajo de una farola o en el espejo de un portal al lado del Museo Arqueológico, la existencia de los jrisiafyítes en el barrio de Agios Panteleimonas no resulta sorprendente, ni parece una parodia anacrónica, sino que forma parte del orden natural y particular de las cosas. Lo único de lo que no cabe duda es de que es más instructivo caminar por el mercadillo de la calle Mijaíl Voda que leerse la mitad de los análisis de la prensa europea sobre la deriva populista de la sociedad griega.

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