Los sábados hay un mercadillo cerca de Agios
Panteleimonas, en la calle Mijaíl Voda. Y, como en todos los mercadillos, hay
ocasiones en las que de pronto se percibe un enrarecimiento del ambiente. La
gente se arremolina, inquieta, en un punto: suele haber ocurrido que a alguien
le han robado la cartera. Y, en ese momento, varios individuos se abren paso
muy cortésmente, con una agitación, un poco infantil, que demuestra el
importante papel que se otorgan a sí mismos en este asunto. Caminan por entre
los puestos hablando entre sí acaloradamente, y de forma súbita se detienen en
una esquina venteando el aire como perros excitados por la emoción de la caza
inminente. Jóvenes, ropa oscura, chalecos de plumas, pelo rapado o en cenicero,
cascos de moto y caras de pocas luces… Los transeúntes no les prestan demasiada
atención a los jrisiafyítes, que ya
están buscando al inmigrante sospechoso de robarle la cartera a una ancianita
griega; sin embargo, tampoco desentonan, ni resultan ridículos: están en su
ecosistema. No es por casualidad: la sede principal de Jrisi Afyí (Aurora Dorada) queda cerca del barrio de inmigrantes de
Agios Panteleimonas. En esta zona de la Atenas central aún ondean en muchos
balcones las banderolas griegas que se colocaron con motivo de la fiesta
nacional del 28 de octubre, señalizando de manera algo ominosa los hogares que
con toda seguridad son griegos.
Un hombre vende frutos secos en las inmediaciones de Syntagma durante la última Huelga General.
Es toda una revelación contemplar a los jrisiafyítes en un medio del que
proceden, en el que parecen formar parte del orden natural de las cosas. El
porcentaje de votos obtenido por Aurora Dorada en los últimos comicios causó
bastante revuelo en los medios de comunicación internacionales. La explicación
del fenómeno que llegó al público, a través de la interpretación de los
analistas, recurrió a los lugares comunes del populismo y el auge de los
extremismos en épocas de crisis económica. Aun así, el rápido crecimiento del
partido era desconcertante. Al margen de la cuestión de la financiación y de
las donaciones (que es tema aparte, pero de análisis obligado en otra ocasión),
¿cómo podían los votantes, por muy cavernícolas que fueran, decantarse por un
partido de parafernalia anacrónica y con un líder que, en el mejor de los
casos, mueve más bien a la compasión? Ni la derecha ni la izquierda, en sus
sectores más amplios, podían explicarse el surgimiento, en pleno siglo XXI, de
tan burdo remedo de los movimientos fascistas: eran los despachos de la
tecnocracia liberal los que estaban llamados a ser el escenario en que se
representara la política del futuro. Este fantasma de tiempos pretéritos
entraba ahora en el Parlamento con nada menos que 18 diputados de la más baja
estofa, que pronto se aplicaron de manera concienzuda a escandalizar a la
sociedad en platós de televisión. “¿Pero cómo es posible algo así?”, los
partidos hegemónicos europeos se llevaban –más o menos farisaicamente- las
manos a la cabeza.
Quiénes hay detrás de Mijaloliakos –el exmilitar
líder del partido- , o quiénes instrumentalizan o se benefician de la actividad
y la imagen de Aurora Dorada, eso es difícil de determinar. Pero lo que piensan
los individuos que le dan al partido su voto… eso resulta algo más comprensible
después de contemplar a los militantes jrisiafyítes
en su ecosistema natural. El quid de la cuestión, y lo que suelen omitir
los medios de comunicación y los partidos políticos hegemónicos, está
precisamente en que Aurora Dorada no es un partido político. Tiene un brazo político, que pretende emplear la
vía parlamentaria para lograr sus objetivos. Pero este aspecto, me atrevería a
decir, es secundario, o al menos no está en primer plano para los seguidores de
la Aurora: lo importante es la acción social de la organización, su afán por
formar parte de la comunidad. Ahí reside la clave de su éxito, están deseosos
de hacer cosas, se les ve en la
calle, son gente “normal” que decide pasar a la acción para cambiar las cosas.
Sí, son un poco fantasmas, pero son los únicos que se emplean en defender al
más ninguneado –el ciudadano griego-, y sí que se ponen serios a la hora de
pararles los pies a todos esos criminales albaneses y búlgaros. Son idealistas
que, de nuevo, valoran las cosas importantes, como el HONOR, o la SANGRE
(griega).
Y
cuando llevan todo esto a la práctica –ya sea apaleando a inmigrantes sin
techo, ya sea buscando al ladrón de una cartera en el mercadillo-, forman parte
de una realidad tangible que se integra plenamente en el contexto social de la
Grecia actual. Muchos griegos están cada vez más preocupados, no por los jrisiafyítes en sí, sino por la
aquiescencia tácita de una parte de la sociedad. El problema real es “la masa
que está dispuesta a jalear desde las gradas del circo, para olvidarse de sus
responsabilidades y de su incompetencia para gestionar sus vidas políticamente”,
en palabras del periodista Costas Vaxevanis (el de la Lista Lagarde).
Sin duda no son más que una de las cabezas de
la Hidra, pero, eso sí, llamativa e incómoda, de difícil interpretación. A
pesar de tratarse de un fenómeno en parte paraestatal, Aurora Dorada no tiene
inconveniente en coexistir o colaborar con las estructuras del Estado allá
donde convenga, reflejando la flexibilidad posmoderna de nuestras estructuras
políticas y sociales. En el imaginario social de los países que conforman el
núcleo duro de Europa, dichas estructuras están y seguirán estando firmemente ancladas
en el estado del bienestar socialdemócrata o democristiano. Sin embargo, a la
luz de la deriva incierta en la que se encuentran países como Grecia, es una
completa incógnita qué desarrollo tomarán a lo largo de los próximos años
fenómenos como el de Aurora Dorada. Al
igual que los drogadictos que por las noches se buscan la vena debajo de una
farola o en el espejo de un portal al lado del Museo Arqueológico, la
existencia de los jrisiafyítes en el
barrio de Agios Panteleimonas no resulta sorprendente, ni parece una parodia
anacrónica, sino que forma parte del orden natural y particular de las cosas.
Lo único de lo que no cabe duda es de que es más instructivo caminar por el
mercadillo de la calle Mijaíl Voda que leerse la mitad de los análisis de la
prensa europea sobre la deriva populista de la sociedad griega.
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