domingo, 28 de octubre de 2012

Un domingo cualquiera en Ajarnón, Psirri, Monastiraki...




   El viento lleva toda la mañana agitando los toldos y las ramas de los árboles.  También las catenarias del tranvía que recorre la calle Ajarnón se balancean de un lado para otro, sobresaltando a las bandadas de palomas. Se echan a volar de forma caótica para volver a posarse un momento después.

   Es domingo y se ve poca gente por la calle, si exceptuamos a ese colectivo, tan particular en Atenas, de hombres de sesentaytantos que pasan el tiempo en las terrazas de las cafeterías o en los escalones de los portales. Hoy están vestidos de domingo, algunos incluso con traje y zapatos blancos de cuero. Como de costumbre fuman, hacen sonar el komboloi (un manojo de cuentas que sirve para tener las manos ocupadas) y se saludan ruidosamente y con palmadas en la espalda. También los bengalíes que bajan por la calle Ajarnón hacia el centro han sacado hoy sus trajes tradicionales.

   Al otro lado del cruce de Platía Marni comienza la zona rusa y caucásica, con carteles que anuncian clases de baile georgiano y armenio. En una esquina, una prostituta negocia con un cliente que lleva una gorra de plato raída, y, así de repente, pasa un hombre con un gran boquete entre los ojos y la boca. Muchos de los mutilados de Atenas son refugiados procedentes de Oriente Próximo o de los Balcanes, y huyendo de alguna guerra llegaron al país más meridional de Europa. Cuando piden en alguna calle comercial, con el muñón al aire, la policía suele obligarles a meterlo en su funda para no incomodar a los turistas.

   La composición social cambia sin embargo en la calle Menandru y adyacentes, en el barrio de Psirri. La zona recibe en ocasiones el calificativo de Little Pakistan. En efecto, Menandru está inundada de carteles de propaganda electoral desde los que sonríen diversos individuos con bigote, sobre fondos de colores fosforescentes y letras en lo que parece urdu. Como de costumbre, a la entrada de la calle, un autobús de la policía aguarda pacientemente a llenarse de indocumentados. A escasos metros, un par de nacionales cachean, con un poco de desgana, a sendos paquistaníes. Todas sus pertenencias, todo el contenido de sus bolsillos está tirado por el suelo, pero los hombres no parecen excesivamente preocupados: probablemente lo tengan todo en regla. 

  Descanso policial en la calle Menandru

    En Psirri las tiendas sí que están abiertas. Las productos expuestos en la calle van desde artículos de marroquinería hasta extrañas verduras: pepinos con pinchos, por ejemplo. Hombres cogidos de la mano sortean cuidadosamente las mercancías a su paso por las estrechas aceras. El ambiente es festivo y varias músicas distintas confluyen entre sí, aunque sin duda la más extraña es la que procede de un enorme edificio, situado justo enfrente de una sede abandonada del KKE. Aloja a la Iglesia de Pentecostés, y a cualquier hora del día o de la noche emite sonidos más bien inquietantes. Unos individuos cantando himnos religiosos en una lengua desconocida se alternan, y en ocasiones se simultanean, con una guitarra eléctrica que desgrana melodías propias de una improvisación de jazz y con unos gritos inarticulados aparentemente inhumanos.

   Prosiguiendo por Menandru se va notando la cercanía del turístico Monastiraki.  Una señora está montando su puesto de bolsos de segunda mano (procedentes de Londres, afirma) y llama “corazón” a todas las personas con las que habla. Los bares y cafeterías están hoy sin embargo casi desiertos. Las narguiles parecen esperar ansiosas, encima sus mesitas redondas de forja, a la llegada de algún cliente. Tampoco se ve vida en los parkings, que no son sino solares resultantes del derribo de algún edificio, cuyo  dueño instala una especie de garita para cobrar por el aparcamiento. Los coloridos murales y grafittis que decoran algunas fachadas le dan sin embargo un aire alegre y moderno a la zona. En la trapa de un negocio, Ganesha sale en procesión. Un poco más allá, una pintada que invade Atenas: vasanísome, “me atormento”. 

   Y, a continuación, la plaza central de Monastiraki. Un mercadillo al aire libre ocupa hoy todas las callejuelas aledañas, invadidas por igual por nativos y turistas. El rasgo principal por el que destacan muchos de estos últimos es la obscena exhibición de cámaras réflex de objetivos interminables, indolentemente apoyadas sobre la mesa de la terraza o pendiendo precariamente de una muñeca. Parece señal de que en los barrios turísticos hay poca delincuencia. Se trata, sin embargo, de algo difícil de comprender, puesto que el propio término “barrios turísticos” no se corresponde con la realidad. El Museo Arqueológico, por ejemplo, durante el día es un hervidero de turistas y por la noche uno de yonkis. No existe una división espacial de las diferentes clases sociales, antes al contrario, se cruzan constantemente en las mismas aceras con aparente indiferencia.

   De pronto los turistas se giran para observar algo con interés y sacar algunas fotos. Una pequeña manifestación simbólica está recorriendo la plaza de Monastiraki. Cierto, hoy es 28 de Octubre, el Día del No. Se conmemora que en esta misma fecha, en 1940, el régimen fascista de Metaxas le plantó cara al régimen de Mussolini, rechazando un ultimátum de su embajador al negarse a permitir al ejército italiano ocupar ciertas posiciones estratégicas dentro de Grecia. La fecha marcó así la entrada del país heleno en la 2º Guerra Mundial. Se trata de una festividad patriótica, y los manifestantes, nacionalistas, llevan banderas blanquicelestes. La marcha va encabezada por un oficial nazi que lleva encadenada a una mujer vestida con harapos. Sin embargo, la atención de la multitud de visitantes se ve rápidamente distraída por un grupo de jóvenes que están improvisando una exhibición de breakdance. 

   Las calles Eolu y Azina vuelven a estar casi desiertas otra vez, salvo por la gente que pide o toca algún instrumento. Una niña en una esquina juega con el viento y se ríe. Lo único que está invariablemente abierto son los sempiternos perípteros, quioscos abarrotados de los productos más dispares y cuya licencia aparentemente no es difícil de conseguir. En la calle Azina hay un períptero cada veinte metros, aunque en ninguno de ellos, sin embargo, quedan hoy billetes de autobús. Lo que sí abunda son interesantes colecciones de casettes de pintorescos exponentes de la música griega de los 60. Según nos acercamos a Omonia empieza a haber más vida. Los hombres silban a las chicas que van solas por la calle, los vendedores ofrecen a gritos sus productos.

   En una tienda de menaje, una yonqui con aspecto de travelo quiere comprar un hornillo y una lámpara de gas. Se confunde con el precio, sin embargo: al pagar se encuentra con que no tiene dinero suficiente y sólo puede llevarse el hornillo. Dada la ubicuidad de estos productos en tantos establecimientos, uno se pregunta qué porcentaje de los 3.700.000 habitantes del área metropolitana de Atenas están viviendo ahora mismo sin electricidad y sin una cocina en condiciones. Un número significativo, a juzgar por la cantidad de gente que vive directamente en la calle, y por el hecho de que de noche se ven algunas ventanas cuya vaga iluminación hace pensar en las velas…

  Volvemos de Omonia por la calle Patision. Aquí también los vendedores ambulantes han instalado hoy sus carritos y hacen demostraciones del funcionamiento de distintos aparatos para rajar aceitunas o picar cebolla, como si de la teletienda se tratara. “¡Pueblo, a las armas!” se lee en una pintada. Y, a pesar de lo temprano de la hora, algunos ya se están pinchando en las aceras.