El viento lleva toda la mañana agitando los
toldos y las ramas de los árboles. También
las catenarias del tranvía que recorre la calle Ajarnón se balancean de un lado
para otro, sobresaltando a las bandadas de palomas. Se echan a volar de
forma caótica para volver a posarse un momento después.
Es domingo y se ve poca gente por la calle, si exceptuamos a ese colectivo, tan particular en Atenas, de hombres de
sesentaytantos que pasan el tiempo en las terrazas de las cafeterías o en los
escalones de los portales. Hoy están vestidos de domingo, algunos incluso con
traje y zapatos blancos de cuero. Como de costumbre fuman, hacen sonar el
komboloi (un manojo de cuentas que sirve para tener las manos ocupadas) y se
saludan ruidosamente y con palmadas en la espalda. También los bengalíes que bajan por la calle Ajarnón hacia el centro
han sacado hoy sus trajes tradicionales.
Al otro lado del cruce de Platía Marni comienza
la zona rusa y caucásica, con carteles que anuncian clases de baile georgiano y
armenio. En una esquina, una prostituta negocia con un cliente que lleva una gorra de plato
raída, y, así de repente, pasa un hombre con un gran boquete entre los ojos y
la boca. Muchos de los mutilados de Atenas son refugiados procedentes de
Oriente Próximo o de los Balcanes, y huyendo de alguna guerra llegaron al
país más meridional de Europa. Cuando piden en alguna calle comercial, con el
muñón al aire, la policía suele obligarles a meterlo en su funda para no
incomodar a los turistas.
La composición social cambia sin embargo en la
calle Menandru y adyacentes, en el barrio de Psirri. La zona recibe en ocasiones el
calificativo de Little Pakistan. En efecto, Menandru está inundada de carteles
de propaganda electoral desde los que sonríen diversos individuos con bigote,
sobre fondos de colores fosforescentes y letras en lo que parece urdu. Como de
costumbre, a la entrada de la calle, un autobús de la policía aguarda pacientemente a llenarse de indocumentados. A escasos metros, un par de nacionales cachean, con un
poco de desgana, a sendos paquistaníes. Todas sus pertenencias, todo el
contenido de sus bolsillos está tirado por el suelo, pero los hombres no parecen excesivamente preocupados: probablemente lo tengan todo en regla.
Descanso policial en la calle Menandru
En Psirri las tiendas sí que están abiertas.
Las productos expuestos en la calle van desde artículos de marroquinería hasta
extrañas verduras: pepinos con pinchos, por ejemplo. Hombres cogidos de la mano
sortean cuidadosamente las mercancías a su paso por las estrechas aceras. El
ambiente es festivo y varias músicas distintas confluyen entre sí, aunque sin
duda la más extraña es la que procede de un enorme edificio, situado justo
enfrente de una sede abandonada del KKE. Aloja a la Iglesia de Pentecostés, y a cualquier hora del día o de la noche emite sonidos más bien inquietantes. Unos individuos cantando himnos religiosos en una lengua desconocida se alternan, y en ocasiones se simultanean, con una guitarra eléctrica que desgrana melodías propias de una improvisación de jazz y con unos gritos inarticulados aparentemente inhumanos.
Prosiguiendo por Menandru se va notando la
cercanía del turístico Monastiraki. Una
señora está montando su puesto de bolsos de segunda mano (procedentes de
Londres, afirma) y llama “corazón” a todas las personas con las que habla. Los
bares y cafeterías están hoy sin embargo casi desiertos. Las narguiles parecen
esperar ansiosas, encima sus mesitas redondas de forja, a la llegada de algún
cliente. Tampoco se ve vida en los parkings, que no son sino solares
resultantes del derribo de algún edificio, cuyo dueño instala una
especie de garita para cobrar por el aparcamiento. Los coloridos murales
y grafittis que decoran algunas fachadas le dan sin embargo un aire alegre y moderno a la
zona. En la trapa de un negocio, Ganesha sale en procesión. Un poco más allá,
una pintada que invade Atenas: vasanísome,
“me atormento”.
Y, a continuación, la plaza central de
Monastiraki. Un mercadillo al aire libre ocupa hoy todas las callejuelas
aledañas, invadidas por igual por nativos y turistas. El rasgo principal por el
que destacan muchos de estos últimos es la obscena exhibición de cámaras réflex de
objetivos interminables, indolentemente apoyadas sobre la mesa de la terraza o pendiendo precariamente de una muñeca. Parece
señal de que en los barrios turísticos hay poca delincuencia. Se trata, sin
embargo, de algo difícil de comprender, puesto que el propio término “barrios
turísticos” no se corresponde con la realidad. El Museo Arqueológico, por
ejemplo, durante el día es un hervidero de turistas y por la noche uno de
yonkis. No existe una división espacial de las diferentes clases sociales,
antes al contrario, se cruzan constantemente en las mismas aceras con aparente
indiferencia.
De pronto los turistas se giran para observar
algo con interés y sacar algunas fotos. Una pequeña manifestación simbólica
está recorriendo la plaza de Monastiraki. Cierto, hoy es 28 de Octubre, el Día
del No. Se conmemora que en esta misma fecha, en 1940, el régimen fascista de
Metaxas le plantó cara al régimen de Mussolini, rechazando un ultimátum de su
embajador al negarse a permitir al ejército italiano ocupar ciertas posiciones
estratégicas dentro de Grecia. La fecha marcó así la entrada del país heleno en
la 2º Guerra Mundial. Se trata de una festividad patriótica, y los
manifestantes, nacionalistas, llevan banderas blanquicelestes. La marcha va
encabezada por un oficial nazi que lleva encadenada a una mujer vestida con
harapos. Sin embargo, la atención de la multitud de visitantes se ve
rápidamente distraída por un grupo de jóvenes que están improvisando una exhibición de breakdance.
Las calles Eolu y Azina vuelven a estar casi
desiertas otra vez, salvo por la gente que pide o toca algún instrumento. Una
niña en una esquina juega con el viento y se ríe. Lo único que está
invariablemente abierto son los sempiternos perípteros,
quioscos abarrotados de los productos más dispares y cuya licencia
aparentemente no es difícil de conseguir. En la calle Azina hay un períptero cada veinte metros, aunque en ninguno
de ellos, sin embargo, quedan hoy billetes de autobús. Lo que sí
abunda son interesantes colecciones de casettes de pintorescos exponentes de la música griega de los
60. Según nos acercamos a Omonia empieza a haber más vida. Los hombres silban a
las chicas que van solas por la calle, los vendedores ofrecen a gritos sus
productos.
En una tienda de menaje, una yonqui con
aspecto de travelo quiere comprar un hornillo y una lámpara de gas. Se confunde
con el precio, sin embargo: al pagar se encuentra con que no tiene dinero
suficiente y sólo puede llevarse el hornillo. Dada la ubicuidad de estos
productos en tantos establecimientos, uno se pregunta qué porcentaje de los 3.700.000 habitantes del área
metropolitana de Atenas están viviendo ahora mismo sin electricidad y sin una cocina en condiciones. Un número significativo, a juzgar por la cantidad de gente que vive
directamente en la calle, y por el hecho de que de noche se ven algunas ventanas cuya vaga
iluminación hace pensar en las velas…
Volvemos de Omonia por la calle Patision. Aquí
también los vendedores ambulantes han instalado hoy sus carritos y hacen
demostraciones del funcionamiento de distintos aparatos para rajar aceitunas o
picar cebolla, como si de la teletienda se tratara. “¡Pueblo, a las armas!” se
lee en una pintada. Y, a pesar de lo temprano de la hora, algunos ya se están
pinchando en las aceras.