jueves, 22 de noviembre de 2012

Un problema de la leche (griega)



¿Quién no se ha entretenido alguna vez, durante el desayuno, leyéndose de cabo a rabo todo lo impreso en, verbigracia, la caja de los cereales? Imagine el lector cuál sería el estupor de la que suscribe cuando, en similares circunstancias, lee en el cartón de leche “paráyete stin Yermanía”. ¿Cómo? Un momento… A lo mejor paráyete no significa lo que parece. Pero el diccionario lo confirma: sí, sí, la marca es griega, pero la leche viene de Alemania.

Para más inri, se trata de la leche más barata del supermercado más barato, la única que vale menos de un euro. Porque, para quien no lo sepa, Grecia es el país con los productos lácteos más caros de la UE. Paradójicamente, el feta y el yogur griego tienen un precio bastante más elevado aquí que en España, y el precio medio del litro de leche se aproxima al euro cincuenta. Resultado: la leche alemana se agota rápidamente en el supermercado, mientras que la de producción griega se queda en las estanterías.

A la hora de explicar semejante sinsentido, lo primero que en pensamos en en las cuotas europeas de producción láctea. ¿Será que no permiten que Grecia produzca suficiente leche como para autoabastecerse?. Según el Reglamento de Ejecución (UE) nº 326/2012 de la Comisión de 17 de Abril de 2012, donde se establece la producción que puede alcanzar cada país, Alemania tiene la mayor cuota láctea: 30 millones de toneladas. Le sigue Francia, con 25 y, ya a más distancia, Reino Unido, Países Bajos e Italia (15, 11 y 10 respectivamente). Grecia pertenece al grupo con menos de un millón de toneladas de cuota, junto con Estonia, Chipre, Letonia, Luxemburgo, Eslovenia y Malta. Se supone que la cuota aproximada de cada país fue fijada en el momento de entrar éste a formar parte de la UE, en base al volumen de su producción. Sin embargo, la cuota griega choca de entrada por excesivamente reducida si se tiene en cuenta que Letonia, el país más poblado después de Grecia de los que están en el mismo grupo de menos de un millón de toneladas de producción no tiene ni una cuarta parte  de habitantes.


La leche germana.


Con lo cuál imagínese si la cuota de Grecia (850.000 toneladas) será o no suficiente para cubrir la demanda, más cuando, según un informe de 2007 de la FAO, la Hélade es el 5º país del mundo en consumo de leche per cápita (314 kilos al año), muy por delante de Alemania, en el puesto número 17.

Sin embargo, las cosas son más complejas aún: en la actualidad Grecia, al igual que España, entre otros países, no alcanzan a cubrir su cuota, que de hecho es incrementada por Bruselas en un 1% al año de cara a la eliminación total de estas restricciones para 2015. La producción griega se sitúa en la actualidad en las 650.000 toneladas anuales (200.000 toneladas menos de lo que les estaría permitido) y se va reduciendo año tras año en un porcentaje del 3 al 5%. Análogamente, en los últimos 10 años el número de productores ha menguado de 10.000 a 4.000, todo ello según datos del diario Ta Nea, obtenidos del ente estatal griego que se ocupa de la producción láctea.

Y lo que menos desean los productores es un incremento de las cuotas. Consideran que éste, al modo de una liberalización, traería aparejada una bajada de los precios, en detrimento de la viabilidad de un negocio que ya se encuentra en un estado crítico.





¿Por qué la leche griega es tan cara?
Mientras que en España los productores cobran el litro a 30-33 céntimos, en Grecia lo cobran a 42, y aún así están en la cuerda floja. ¿Cómo se explica esto? Según el Secretario de Estado para Desarrollo, Athanasios Skordas, citado de nuevo por Ta Nea, se trata de la suma de varios factores. Por una parte, la particular geografía griega y la consecuente falta de pastos obligan a que las explotaciones de vacuno sean en su mayoría en estabulado, con una gran dependencia de las importaciones de pienso. Además, se trata de explotaciones en su mayoría pequeñas, de poco más de 40 cabezas de ganado, por lo que su viabilidad económica es reducida.

Pero el motivo principal para Skordas es un decreto presidencial de 1999, que establece que el proceso de pasteurización que sufre la leche producida en Grecia la conservará únicamente durante 5 días, frente a los 9 días que marca la ley en la mayoría del resto de países europeos. La modificación de la ley, según el Secretario, redundaría en una bajada de precios para el consumidor, siendo una de las razones la reducción de costes de transporte. Los productores se oponen a esta medida, que según ellos abriría aún más el mercado a las marcas extranjeras, incrementando una competencia que no les permitiría sobrevivir.

Sin duda se trata de una situación compleja, para la que a cada uno se le ocurrirán (o no) soluciones muy distintas, aunque para la que suscribe ninguna de ellas pasa por importar leche alemana a precios que pulverizan los del producto autóctono. Y las medidas que pretendan incentivar la competitividad para reducir precios desde luego tampoco van a beneficiar a los productores, y mucho menos van a animar a la tan necesaria incorporación de nuevos ganaderos. Si no mediaran tantos intereses espurios, sería posible pensar en formas alternativas de abaratar el producto, como la eliminación de intermediarios o la venta del producto a granel... No obstante, la soberanía nacional perdida constituiría un requisito indispensable para la construcción de una economía productiva destinada efectivamente a cubrir las necesidades de la población, tanto en materia de abastecimiento como de empleo. Una función que lógicamente no se desarrollará mientras la política económica de un país sea determinada por quien tiene interés en mantenerlo dependiente y necesitado para venderle sus propios productos.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Cuando los tanques entraron en la Politécnica.



“¡Psomí, pedía, elefzería! ¡I junda den telíose to evdominda tría!”. Una consigna omnipresente en Atenas: la gente la grita en las manifestaciones, está en pintadas, en carteles y en pancartas. Y más que nunca se ha repetido durante la semana del 12 al 18 de Noviembre, en la que la indignación por la reciente aprobación de las nuevas medidas de austeridad se ha fundido con la conmemoración de uno de los episodios clave para la caída de la dictadura militar. “¡Pan, educación, libertad! ¡La Junta [de los Coroneles] no acabó en el 73!”.

A 39 años de la Revuelta de la Politécnica de Atenas, al marcado carácter reivindicativo de las tres jornadas de homenajes que se celebran tradicionalmente se han sumado numerosas comparaciones entre pasado y presente. La analogía para muchos se ve afianzada por la percepción de falta de legitimidad democrática de un gobierno al que muchos llaman “la Junta”. “Sólo que ahora la dictadura la ejercen los mercados, pero habrá otra Politécnica y les derrotaremos otra vez”, es el sentido que se desprende de muchos de los discursos que llenan estos días el recinto de esta facultad céntrica de Atenas, que aún luce la verja que en aquel entonces fue echada abajo por los tanques.

La gente mayor, sin embargo, es más escéptica. “No es que la sociedad haya olvidado, pero el conocimiento de lo que pasó se fue diluyendo. Para los jóvenes que no habían ni nacido entonces, es más bien algo simbólico, no se hacen a la idea. La revuelta terminó la mañana del domingo, el tercer día… El ejército estaba en todas las calles, y a la gente no le quedó más remedio entonces que meterse en casa. Hubo muchos detenidos y torturados”, explica Rómilos. Aunque estudiaba física, los acontecimientos de Noviembre del 73 le encontraron en la Politécnica como a tantos otros. Al encierro que comenzó el día 15 a partir de una huelga estudiantil comenzó a llegar más y más gente gracias a las emisiones de una radio que construyeron algunos estudiantes de ingeniería eléctrica. “La noticia se difundió muy rápidamente, todo el centro de Atenas empezó a llenarse de gente, y no sólo estudiantes”, rememora. “Hasta las abuelas venían y nos traían tabaco y chocolate”.

La represión comenzó el día 17 al mediodía. “La cosa empezó con disparos ocasionales de la policía. También había al parecer algunos francotiradores, disparando desde las azoteas. Por la tarde empezaron los verdaderos disturbios. En algunas habitaciones se empezaron a prestar primeros auxilios, gracias a los estudiantes de medicina y médicos que vinieron. Sobre las once de la noche llegó el ejército, y a la una de la mañana más o menos arrollaron la puerta con los tanques.” relata Rómilos cerca de la puerta en cuestión. De nada sirvieron los ardientes llamamientos hechos al ejército para que no disparara contra los jóvenes ("soldados, hermanos nuestros"). “Durante toda la noche hubo mucha violencia y no sólo aquí, había resistencia en muchos puntos de Atenas, como por ejemplo en Zografou, donde también había facultades.” Al día siguiente, con el fin forzoso de la revuelta, comenzaron las detenciones y el recuento de los muertos, que aún a día de hoy no es concluyente. La cifra considerada oficial es de 24, aunque según otros informes e investigaciones podría ascender a más de 80. Aquí hay un breve resumen en inglés sobre las identidades de aquéllas 24 personas.





El principio del fin
Sin embargo, ¿por qué la Revuelta de la Politécnica, que fue reprimida con relativa facilidad, es considerada un factor clave para la caída del régimen, que no se produjo hasta el 23 de Julio siguiente? No era la primera vez,  a lo largo del 73, que los estudiantes se movilizaban: en febrero había tenido lugar un sonado encierro en la Facultad de Derecho. Para muchos, lo determinante fue que el régimen se vio obligado a mostrar su “verdadero rostro”, acabando con la ilusión de reforma democrática que había estado tratando de construir a lo largo del último año. El 1 de Junio se había proclamado la República, y un cambio constitucional fue aprobado por referéndum. Asimismo, se habían anunciado elecciones libres para el año siguiente, y más de 300 presos políticos que se encontraban encarcelados obtuvieron una amnistía general. Si este intento de transición, promovido por el gobierno del dictador (ahora Presidente de la República) Papadópulos, y su primer ministro Markezinis, era únicamente un lavado de cara, o si se trataba de un esfuerzo “bienintencionado”, es algo que debaten aún hoy día tanto académicos como políticos. Lo relevante fue que, a raíz de los sucesos de la Politécnica, un sector del ejército, encuadrado en la “línea dura” del Régimen y liderado por el Jefe de la Policía Militar Ioannidis, consideró que era hora de poner fin al aperturismo, derrocando al gobierno de Papadópulos mediante un golpe de estado incruento.

Los claveles rojos cubren la verja deformada por los tanques como símbolo de la sangre derramada.


La conflictividad a la que se enfrentaba la Junta de los Coroneles, en el gobierno desde el golpe de estado del 21 de Abril del 67, no había dejado de crecer. Aunque el régimen nunca había gozado del apoyo de la población, durante los primeros años la paz social se había visto beneficiada por una mejora del nivel de vida (con sólo un 5% de paro y un crecimiento económico del 10% anual). Las luchas intestinas dentro del ejército impidieron sin embargo a los coroneles ofrecer durante mucho tiempo una imagen convincente a la población, que no creyó tampoco en las reformas de Markezinis. Y a partir de Noviembre, diversos avatares fueron complicando la situación para la nueva cúpula dirigida desde la sombra por Ioannidis, hasta que su fallido intento de anexión de Chipre le valiera la deposición el 24 de Julio del 74. Al día siguiente llegaba en avión desde Francia el opositor Konstantinos Karamanlis (tío del posterior primer ministro del mismo nombre), quien sería el encargado de encabezar un nuevo gobierno para llevar a cabo la Metapolítefsi o Transición. Papadópulos y Ioannidis, entre otros, serían juzgados y condenados a cadena perpetua.

Aún hoy, los interrogantes que se abren sobre este periodo histórico y su continuación son muchos más que las certezas. Está claro que los hechos de la Politécnica hicieron aumentar las aspiraciones de libertad y la oposición al Régimen, pero ¿en qué medida? ¿Cuáles fueron las consecuencias de darle la puntilla al gobierno de Papadópulos y Markezinis, aparentemente en la cuerda floja desde que EE.UU. les retirara su apoyo y depositara su confianza en Ioannidis? No por casualidad la manifestación que tiene lugar todos los años el 17 de Noviembre se dirige hasta la embajada de EE.UU.


Claveles sobre la reja de la Politécnica.
El compositor y opositor al régimen Mikis Theodorakis.


 Sea como fuere, la Revuelta de la Politécnica se ha convertido con el paso de los años en un símbolo poderoso, que no sólo las distintas facciones dentro de los movimientos contestatarios hacen suyo. Los jóvenes de hoy, salvando las distancias, se identifican en gran medida con aquellos que se enfrentaron a los tanques en el 73. El enemigo, sin embargo, es mucho más difuso que el de entonces. En cualquier caso, está por ver hasta qué punto han cambiado los tiempos: ¿éste también dejaría caer su máscara en el caso de que llegara a producirse la nueva Revuelta de la Politécnica que piden las consignas?

miércoles, 14 de noviembre de 2012

“Los europeos están luchando por la democracia y la libertad”



En Atenas también la comunidad kurda se echó a la calle el 14 de Noviembre, la jornada de protestas contra las medidas de austeridad convocada por numerosos sindicatos europeos. El grupo kurdo, de unas 20 a 30 personas, cerraba prácticamente una manifestación que, a su llegada a Syntagma, estaba mucho menos concurrida que las de la huelga general de los días 6 y 7 de Noviembre.  La marcha había sido convocada por los dos sindicatos mayoritarios, GSEE y ADEDY. Sin embargo, entre las banderolas de plástico sostenidas por los liberados sindicales podían observarse también pancartas estudiantiles, enseñas anarquistas y, finalmente, rostros de Abdullah Öcalan, el líder del PKK encarcelado desde 1999.

Los integrantes de este “bloque kurdo” afirman vivir ya desde hace tiempo en Atenas. Forman parte de esa diáspora que abarca en su totalidad a una etnia sin estado propio, de difícil cuantificación demográfica, -se estima que hay de 30 a 40 millones de kurdos-.
“Estamos aquí porque amamos al pueblo griego, y a los europeos, que están ahora mismo luchando por la democracia y la libertad, contra el imperialismo americano”. Para nuestros interlocutores se trata de una única lucha, puesto que ese mismo imperialismo “mata a los pobres en todas las partes del mundo” y “apoya a Erdogan, el presidente de Turquía, en la represión que ejerce contra el pueblo kurdo, para evitar su libertad”.


"Detened el asesinato de los presos en huelga de hambre de las cárceles turcas: 64 días"

martes, 13 de noviembre de 2012

Fragmento de una carta abierta escrita por un grupo de inmigrantes de Patras

"(...) Queremos señalar:

- Que la mayor parte de las personas perseguidas por la Operación Zeus Hospitalario [campaña de identificación y detención sistemática de inmigrantes indocumentados] se encuentran en Grecia con anterioridad a 2008. Es decir, con anterioridad al comienzo de la crisis.

- Que pedimos al Gobierno griego y a la policía que nos dejen rebuscar en la basura para comer, pero libres, antes que encerrarnos en los centros de internamiento.

- Que pedimos a la gente solidaridad para detener la Operación Zeus Hospitalario y para lograr la libertad de nuestros amigos encerrados en los centros de internamiento.

- Que se gasta mucho dinero con el internamiento de los inmigrantes en centros de detención, dinero que se podía emplear en darnos papeles para que podamos o bien quedarnos o bien marcharnos a otros países, como hacen cada vez más griegos por motivo de la crisis.

- Que las escobas son para barrer la basura y no a las personas, y que estamos seguros de que en este país a la gente no le gusta que se trate a las personas como basura."

sábado, 10 de noviembre de 2012

Los jrisiafyítes (I)



Los sábados hay un mercadillo cerca de Agios Panteleimonas, en la calle Mijaíl Voda. Y, como en todos los mercadillos, hay ocasiones en las que de pronto se percibe un enrarecimiento del ambiente. La gente se arremolina, inquieta, en un punto: suele haber ocurrido que a alguien le han robado la cartera. Y, en ese momento, varios individuos se abren paso muy cortésmente, con una agitación, un poco infantil, que demuestra el importante papel que se otorgan a sí mismos en este asunto. Caminan por entre los puestos hablando entre sí acaloradamente, y de forma súbita se detienen en una esquina venteando el aire como perros excitados por la emoción de la caza inminente. Jóvenes, ropa oscura, chalecos de plumas, pelo rapado o en cenicero, cascos de moto y caras de pocas luces… Los transeúntes no les prestan demasiada atención a los jrisiafyítes, que ya están buscando al inmigrante sospechoso de robarle la cartera a una ancianita griega; sin embargo, tampoco desentonan, ni resultan ridículos: están en su ecosistema. No es por casualidad: la sede principal de Jrisi Afyí (Aurora Dorada) queda cerca del barrio de inmigrantes de Agios Panteleimonas. En esta zona de la Atenas central aún ondean en muchos balcones las banderolas griegas que se colocaron con motivo de la fiesta nacional del 28 de octubre, señalizando de manera algo ominosa los hogares que con toda seguridad son griegos.

 Un hombre vende frutos secos en las inmediaciones de Syntagma durante la última Huelga General.

Es toda una revelación contemplar a los jrisiafyítes en un medio del que proceden, en el que parecen formar parte del orden natural de las cosas. El porcentaje de votos obtenido por Aurora Dorada en los últimos comicios causó bastante revuelo en los medios de comunicación internacionales. La explicación del fenómeno que llegó al público, a través de la interpretación de los analistas, recurrió a los lugares comunes del populismo y el auge de los extremismos en épocas de crisis económica. Aun así, el rápido crecimiento del partido era desconcertante. Al margen de la cuestión de la financiación y de las donaciones (que es tema aparte, pero de análisis obligado en otra ocasión), ¿cómo podían los votantes, por muy cavernícolas que fueran, decantarse por un partido de parafernalia anacrónica y con un líder que, en el mejor de los casos, mueve más bien a la compasión? Ni la derecha ni la izquierda, en sus sectores más amplios, podían explicarse el surgimiento, en pleno siglo XXI, de tan burdo remedo de los movimientos fascistas: eran los despachos de la tecnocracia liberal los que estaban llamados a ser el escenario en que se representara la política del futuro. Este fantasma de tiempos pretéritos entraba ahora en el Parlamento con nada menos que 18 diputados de la más baja estofa, que pronto se aplicaron de manera concienzuda a escandalizar a la sociedad en platós de televisión. “¿Pero cómo es posible algo así?”, los partidos hegemónicos europeos se llevaban –más o menos farisaicamente- las manos a la cabeza.

Quiénes hay detrás de Mijaloliakos –el exmilitar líder del partido- , o quiénes instrumentalizan o se benefician de la actividad y la imagen de Aurora Dorada, eso es difícil de determinar. Pero lo que piensan los individuos que le dan al partido su voto… eso resulta algo más comprensible después de contemplar a los militantes jrisiafyítes en su ecosistema natural. El quid de la cuestión, y lo que suelen omitir los medios de comunicación y los partidos políticos hegemónicos, está precisamente en que Aurora Dorada no es un partido político. Tiene un brazo político, que pretende emplear la vía parlamentaria para lograr sus objetivos. Pero este aspecto, me atrevería a decir, es secundario, o al menos no está en primer plano para los seguidores de la Aurora: lo importante es la acción social de la organización, su afán por formar parte de la comunidad. Ahí reside la clave de su éxito, están deseosos de hacer cosas, se les ve en la calle, son gente “normal” que decide pasar a la acción para cambiar las cosas. Sí, son un poco fantasmas, pero son los únicos que se emplean en defender al más ninguneado –el ciudadano griego-, y sí que se ponen serios a la hora de pararles los pies a todos esos criminales albaneses y búlgaros. Son idealistas que, de nuevo, valoran las cosas importantes, como el HONOR, o la SANGRE (griega).

 Y cuando llevan todo esto a la práctica –ya sea apaleando a inmigrantes sin techo, ya sea buscando al ladrón de una cartera en el mercadillo-, forman parte de una realidad tangible que se integra plenamente en el contexto social de la Grecia actual. Muchos griegos están cada vez más preocupados, no por los jrisiafyítes en sí, sino por la aquiescencia tácita de una parte de la sociedad. El problema real es “la masa que está dispuesta a jalear desde las gradas del circo, para olvidarse de sus responsabilidades y de su incompetencia para gestionar sus vidas políticamente”, en palabras del periodista Costas Vaxevanis (el de la Lista Lagarde). 

Sin duda no son más que una de las cabezas de la Hidra, pero, eso sí, llamativa e incómoda, de difícil interpretación. A pesar de tratarse de un fenómeno en parte paraestatal, Aurora Dorada no tiene inconveniente en coexistir o colaborar con las estructuras del Estado allá donde convenga, reflejando la flexibilidad posmoderna de nuestras estructuras políticas y sociales. En el imaginario social de los países que conforman el núcleo duro de Europa, dichas estructuras están y seguirán estando firmemente ancladas en el estado del bienestar socialdemócrata o democristiano. Sin embargo, a la luz de la deriva incierta en la que se encuentran países como Grecia, es una completa incógnita qué desarrollo tomarán a lo largo de los próximos años fenómenos como el de Aurora Dorada. Al igual que los drogadictos que por las noches se buscan la vena debajo de una farola o en el espejo de un portal al lado del Museo Arqueológico, la existencia de los jrisiafyítes en el barrio de Agios Panteleimonas no resulta sorprendente, ni parece una parodia anacrónica, sino que forma parte del orden natural y particular de las cosas. Lo único de lo que no cabe duda es de que es más instructivo caminar por el mercadillo de la calle Mijaíl Voda que leerse la mitad de los análisis de la prensa europea sobre la deriva populista de la sociedad griega.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Oi metanastes [los inmigrantes] (I)



  En la Atenas de hace 90 años se desconfiaba de los inmigrantes por ser demasiado limpios, entre otras razones. En la de la actualidad, delincuencia y suciedad son asociadas con los extranjeros por sectores cada vez mayores de la población nativa. La tensión social en aumento se va canalizando progresivamente hacia un colectivo cada vez más precario y vulnerable.

  Desde que Atenas dejara de ser un villorrio de 4.000 almas a principios del s. XIX, la capital del Ática ha sido una ciudad de inmigrantes. La disposición, la configuración y el propio carácter de la urbe se deben en gran medida a las multitudes de foráneos, expulsados de sus lugares de origen o venidos en busca de trabajo. El fenómeno se volvió particularmente notable a partir de la creación del estado griego, que se concretó hacia 1830. La nueva –y más bien relativa- soberanía definió la existencia de un “hogar” para los millones de griegos de la diáspora, trazando a la vez una línea divisoria entre los ciudadanos “de pleno derecho” y  los metecos.

En 1923, el acuerdo de intercambio poblacional firmado entre Grecia y Turquía al término de la guerra desplazó a  casi un millón de ortodoxos (el criterio era la religión y no la etnia) de las antiguas colonias en Asia Menor. Obligados a abandonar sus ciudades, muchos se dirigieron a la capital del país al que en teoría ahora pertenecían, sumándose a los refugiados de oleadas anteriores. Estos asentamientos en inmensos campamentos de tiendas y luego de barracas son el origen de muchos de los barrios periféricos de la Atenas actual. Los nombres de Nueva Esmirna o Nueva Liosia son aún testimonio de los lugares de procedencia de los refugiados. Con el paso del tiempo, las pautas culturales de los nativos atenienses y de los recién llegados se fueron diluyendo unas en otras por completo, originando productos de influencia mixta: por poner un ejemplo, el género musical -de temática generalmente canallesca- conocido como rebético hunde sus raíces en Asia Menor.

Sin embargo, a pesar de compartir una misma lengua, la integración de los refugiados no fue fácil en un principio. En aquel entonces, los griegos “griegos” no sólo le echaban en cara a las gentes de la “Pequeña Asia” el venir a delinquir o a quitarles el trabajo. Aparte de la retahíla de acusaciones repetidas también hoy en día, una de las características de “otredad” más inquietantes de los recién llegados era el ser demasiado limpios. Efectivamente, parece ser que aún en los años 30 en Atenas, y en parte debido a las grandes carencias de suministro de agua, las duchas o baños socialmente obligatorios eran en Navidad, Pascua y la noche de bodas. Los inmigrantes, en cambio, venían de la tradición del hammam y los baños públicos: el colmo de la degeneración. Para más inri, las mujeres de Asia Menor no sólo iban limpias, sino que además se adornaban con joyas y zarcillos y tenían la casquivana costumbre de caminar solas por la calle, cosa que a ojos de los griegos “griegos” las equiparaba evidentemente a prostitutas de la peor calaña…

Si cito la llegada a Atenas de los refugiados de Asia Menor, es porque sin duda su impacto aún tiene que subsistir en algún rincón del imaginario colectivo, trasladándose a la coyuntura actual de tensión entre indígenas y foráneos. En la actualidad, a nadie le importa ya que los abuelos de otro vinieran de Asia Menor, y las pautas culturales se han homogeneizado por completo. Sin embargo, resulta llamativo en qué medida las características que sirven para acusar al otro de ser diferente pueden invertirse por completo. Lo importante no es la limpieza o la suciedad, la represión de la mujer o su excesiva emancipación: cualquier rasgo distintivo es útil para exacerbar la desconfianza.

 Los vendedores ambulantes están presentes en cualquier aglomeración de gente, incluida una manifestación, a pesar del riesgo para la mercancía.

En estos tiempos de auroras doradas, se escucha por ejemplo por doquier que la inmigración da mala imagen para los turistas: se les acusa de ser sucios, oler mal, ser fuente de inseguridad… Los seguidores de Mijaloliakos quisieran efectivamente expulsarles del país, bajo el lema de “Grecia para los griegos”, y a ello se aplica con diligencia la policía a través de una operación que lleva el sarcástico nombre de Zeus Xenios (Zeus Hospitalario). El procedimiento es simple: los agentes se apostan en la calle e identifican a todos los viandantes de aspecto extranjero hasta que reúnen a los suficientes sin papeles como para llenar el autobús. Después les deportan.
La violencia cotidiana ha ido creciendo en los últimos meses como resultado de la tensión acumulada. La prensa informa de un goteo regular de incidentes ocasionales: niños o adolescentes que increpan o golpean a otros por ser de origen extranjero, problemas entre vecinos, ataques a locutorios y multitiendas, agresiones de grupos de matones a individuos solos e indefensos. Los típicos fanfarrones y fantasmas a los que nadie tomaba en serio hasta hace bien poco, han encontrado un grupo afín, y van consolidando poco a poco un fascismo de baja intensidad, blindado por el apoyo de un sector de las fuerzas de seguridad. 

Aquí entramos en terreno pantanoso. Sin embargo, el 29 de octubre dos periodistas de la ERT (la televisión pública) fueron despedidos por comentar las negativas del Ministerio del Interior a investigar un caso de presuntas torturas sufridas en comisaria por 15 antifascistas detenidos. Estos habían participado en una marcha motorizada, acto de carácter más bien simbólico que pretende instituir una especie de patrulla ciudadana antifascista para proteger frente a las agresiones los barrios de inmigrantes (se puede ver aquí, a partir del minuto 9'2'''). En su denuncia, de la que se hizo eco The Guardian, los detenidos afirman que en la comisaría no sólo fueron torturados, si no que algunos de los policías manifestaron claramente su pertenencia o afinidad ideológica con Aurora Dorada.

La canalización de la frustración hacia el inmigrante en situación (i)rregular, el eslabón más vulnerable y desarraigado de la cadena, parece perfilarse como opción para amplios sectores de la sociedad griega. Meterse un poco con los albanos, con los bengalíes o con los gitanos no es algo políticamente incorrecto, incluso en ambientes que en España serían calificados de “progres”. Y quizá la violencia más peligrosa, a la larga, no sea la de las agresiones directas, sino aquélla, mucho más cotidiana y generalizada, de la gente anónima que al encontrarse frente a un extranjero aparta la mirada, hace una mueca de desprecio, siente tal superioridad que le trata como no trataría jamás a nadie nacido en Grecia. La gente para la que la barrera psicológica es tan grande que, sin saber por qué, sienten lástima del mendigo nacional, pero no del importado, como si sus necesidades no fueran las mismas. Sin embargo, también se da el caso contrario, y pueden encontrarse numerosos exponentes de solidaridad en personas que no son capaces de pasar indiferentes al lado de alguien humillado o desesperado. Como esa señora de mediana edad que no puede reprimir su indignación cuando ve a la policía menoscabar la dignidad de la gente sin papeles, como la gente que, en medio de una manifestación, ayuda a un vendedor de comida o de botellas de agua a sacar el carrito fuera del río de gente tratando de huir de los gases lacrimógenos. A la hora de la verdad, no podemos aventurar cuál de las dos tendencias predominará.