lunes, 27 de julio de 2015

27 de julio. Residentes del Extranjero.

La prueba definitiva que echa por tierra la teoría del diseño inteligente está sita en la calle Metsovou, Distrito Central de Atenas, Ática. Más concretamente, en la tercera planta del Servicio Público Económico para los Residentes del Extranjero. A los pocos minutos de preguntar quién es el último y sentarse a esperar, el incauto cae en la cuenta de que ni el demiurgo más retorcido podría haber concebido semejante microcosmos del absurdo.
Incluso quienes, armados de gruesas carpetas y aire del que está dispuesto a la espera, vienen a preguntar por trámites que según el Funcionario que No está en la Ventanilla dejaron de estar vigentes la semana pasada, incluso ellos parecen experimentar una ligera sorpresa. Mientras recorren con la mirada las minuciosas instrucciones que empapelan las paredes -cómo dar de baja a los difuntos, no olviden traer declaraciones juradas- les recorre un escalofrío.

De poco sirven las ojeadas -esperanzadas, al principio- hacia la ventanilla: no cumple ninguna función. Hay que rebasarla y adentrarse de lleno en el arbitrio en el que reinan un hombre y una mujer tras sendos escritorios.

Un recién llegado entra sin resuello y asalta a la Funcionaria que Entra y Sale de Sitios sin Causa Cognoscible. “Me han dicho que tengo que hacer el trámite X. Pero no sé si es aquí. ¿Es aquí? ¿Es esta planta? ¿Dónde puedo preguntar? ¿Pero cómo voy a hacer toda esta cola sólo para preguntar si es aquí?”. La funcionaria se zafa como puede mientras en la cola menean la cabeza. Una mujer con aspecto de yonqui masculla cosas en francés. Dos jubilados risueños discuten de política y ponen verde a un “joven” -ya crecidito- que aparentemente no ha respetado el estricto orden de llegada. “Tenemos que fijarnos en quién va antes de nosotros y en quién va después, es la única manera,” explica didáctica otra señora.

El Funcionario Tras el Escritorio se sabe un dios. Con quienes más se ensaña es con los que vienen a hacer una gestión en nombre de alguien que está en el extranjero. Un tío abuelo de Australia, por ejemplo. Con ellos el Funcionario es inmisericorde. Pide más y más documentos que, evidentemente, no se encuentran en la carpetita a la que se aferra la víctima. Luego los despacha con bonhomía. “Con esto estás listo. Te vas”. “Te vas,” repite, cuando alguien hace demasiadas preguntas. O bien:“tráeme eso que sale de la impresora,” como quien le da un hueso a un perro, pero le hace correr un poco.

No obstante hay una heroína que no da su brazo a torcer. Es moldava pero acaba de obtener la nacionalidad gracias a su madre griega, se deduce de una discusión cada vez más airada. Ha venido a modificar los datos con su cambio de estatus. Hasta ahí bien. Pero la cosa se complica a la hora de tramitar un documento X para su padre. En la traducción jurada que ha traído, el nombre del padre está escrito en caracteres griegos. “¿Pero cómo es en latino? ¿Andrei? ¡Deletréamelo!” vocifera el Funcionario. Ella porfía. No puede ir en latino, tiene que ser en griego, como en el documento. “Pero a ver, ¿dónde está el pasaporte de tu padre?” “Pues en Moldavia, ¿dónde va a estar?” “Pero en el pasaporte lo pone en caracteres latinos, ¿no? Tu padre no es griego, por mucho que en la traducción jurada lo hayan convertido de Andrei en Andreas.” La chica insiste en que el nombre, efectivamente, es Andrei, pero que es indispensable para el trámite que debe realizar que el nombre esté escrito en caracteres griegos. “¿Si se llama Andrei cómo voy a escribir Ανδρέας? ¿Le voy a hacer griego, yo, a tu padre? ¿Le voy a dar yo la nacionalidad?” Pero la insistencia de la joven triunfa. Intuimos que el Funcionario ha escrito finalmente Ανδρέι. Ella sale victoriosa con sus papeles, casi al trote.

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